Hay personas que te quieren, o eso dicen, o eso supones, y que se empeñan en hundirte, cuando menos te lo esperas. Yo tengo un par de esas en mi vida. Todo va bien, se preocupan por ti, cumplen los rituales sociales, aparentan ser personas cercanas, amigas, aunque algo siempre te ha hecho sospechar que tal vez es postureo. Especialmente cuando su conversación se centra en una larga lista de conocidos, amigos, contactos, y autoreferencias. Nada de lo que les digas les es ajeno, porque saben todo, han estado allí, han besado esa piedra, se han recostado en ese árbol, han mirado ese cielo y han bebido de esa fuente antes de que tú lo hicieras, antes de que lo soñaras, antes de que se te hubiera ocurrido imaginar que ibas a pasar por ese camino, o conocer esa persona, o sorprenderte con ese hallazgo. Y ves, en sus ojos, que cuando les hablas de terrenos ignotos para ellas, desconectan y piensan “Qué tía más rara”. A veces te lo dicen.
Pero cubres ese roto, porque igual eres rara, de verdad. Y esas personas son tus amigas. Y como todos sabemos, una no quiere a sus amigos porque son perfectos, sino porque son amigos. Excusas. Lo que sea para no afrontar la realidad: lo que llamas amistad y lo que entienden por amistad son cosas diferentes.
Hoy mi amigo Osti me ha recordado que el problema es mío. En realidad, él me ha dicho que el problema es de esas personas, que son necias, y que no debo dejarme herir por personas necias, que nunca van a cambiar (los necios no saben que son necios). No te midas con un necio.
Y eso me ha hecho pensar en el eterno tema del éxito y cuán apegado estamos al reconocimiento social. La mirada de los otros nos reafirma, me decía Jaime Martín Montoliú, mi terapeuta durante años (sí, soy de esas que han tenido años de terapia, pero estoy mejor de lo mío, como siempre dice Rafael Álvarez El Brujo en sus obras).
No hay reconocimiento más noble que el de uno mismo, me decía Gregorio Luri, hablando del esfuerzo que no acaba con la recompensa esperada. Muy cierto. Sin embargo, siempre caigo en la búsqueda de aceptación por parte de quienes uno esperaría: esa gente que dice que te quiere. Y ahí es donde me encuentro con esas personas necias que huelen mi necesidad y la aprovechan (inconscientemente, no se conocen tan bien) para encaramarse un escalón por encima de mí y hundirme. Ni se dan cuenta. Pero ahí quedo yo recogiendo mi autoestima, como agua derramada.
“Y oye, María, que vales mucho. No te midas con necios”.
Gracias Osti. Me alejaré de ellas.