Sí. Soy de esas: perfeccionista y controladora. Ser perfeccionista no quiere decir que haces todo bien. Quiere decir que haces todo regular y te frustras el doble. Ser controladora quiere decir que tratas por todos los medios de eludir la incertidumbre agarrándote a lo que puedes. En mi caso, la racionalidad, los datos, la estadística, lo que haga falta. Todos desarrollamos muchos de los sesgos que conocemos, y alguno que nos queda por descubrir, para driblar la incertidumbre (mención a Javi). Es un error enorme. Y, además, no se va. La incapacidad humana para manejar fenómenos complejos, para predecir la emergencia, gestionar lo desconocido, es una característica esencial que nos hace ser como somos, con lo bueno y con lo malo. Las respuestas a los “¿Y si…?” que nos martillean la cabeza, pueden generar un miedo atroz paralizante o novelas de ciencia ficción magistrales que son obras de arte.
La última vez que mi doctora me dijo “Hay más probabilidades de que salga bien a que salga mal” mi espíritu controlador le preguntó: “Ya, pero ¿cuál es el porcentaje de probabilidad? ¡80/20 no es igual que 60/40!”. Y su respuesta fue muy clara: “¿Qué más te da? Si te toca un mal resultado te da lo mismo que le pase al 50% o al 1% de la población. Que te pase a ti, o no te pase, es lo relevante”. Fue mi jarrón de agua helada de la semana pasada.
Pero es cierto. Las estadísticas sirven para analizar determinadas cosas; están al servicio de los analistas. Los sujetos observados estamos sometidos a la rigidez del 1-0, te toca o no te toca. ¿Qué se puede hacer? Entender esa realidad, abandonar el juicio, aguantar el impulso de imaginar si sucede A o si sucede B, abandonar análisis y estrategias (que va contra mi naturaleza), y desactivar esa parte de tu mente. ¿Cómo? Unas personas se drogan, otras meditan, otras trabajan, otras rellenan su vida con homenajes a su ego. Cualquier cosa que distraiga la ansiedad.
Y esa es la paradoja. Sabemos que uno de nuestros defectos de fábrica es la incapacidad para ver el futuro, y eso mismo nos aterra. De manera que hemos empleado mucho tiempo, energía e imaginación en idear maneras de aplacar el miedo. Y ahí seguimos. Con pequeñas victorias y grandes fracasos.