Hablando con Víctor (@nudpiedo en X), comenta el hecho de que cuando eres la voz crítica en tu empresa, el primero que dices que el rey está desnudo, te conviertes en el primer pingüino del grupo que salta de la punta del iceberg y se arriesga a ser el primero que come o a ser devorado por las orcas, que, en este caso, son tus jefes. Es una sensación muy desagradable. Decir en alto lo que todos piensan y que te caiga un rapapolvo, mientras los pingüinos silenciosos te miran sonriendo, o incluso te recuerdan sin compasión “Te lo dije”, es una sensación muy desagradable. Porque, incluso si no te pasa nada grave, siempre hay miradas que te señalan, o incluso, comentarios jocosos en medio de reuniones tipo “Si María (o Víctor) no tiene nada que objetar…”, seguido de risitas de los lameculos de siempre, que tratan de callar a los disonantes. Hay algo aún peor. Y es ese jefe que luego se te acerca y te dice hipócritamente: “¡Me encanta que me hagan críticas"!” y lo dice lo suficientemente alto como para que todo el mundo sepa que le encanta que le hagan críticas. Y mientras, tú sabes que te está utilizando para blanquear su rigidez de miras, como quien se limpia los mocos con un kleenex.
Víctor tiene toda la razón.
Pero, a lo largo de los años, como pingüino saltarina profesional, me he dado cuenta de que nuestra aportación es, también un tipo de feedback, un feedback inverso. Y, de la misma manera que se aprende a dar feedback a las personas que están por debajo de ti, también hay que aprender a dar feedback a las personas que están por encima de ti. Hay que ofrecer lo que pides. Hay que elegir el interlocutor, el momento, las palabras. Asumir que ellos también se van a sentir cuestionados, ofendidos, afectados, de manera que hay que seguir, aquí también, las reglas tradicionales del feedback: ten claro los objetivos, adopta un tono profesional, céntrate en el problema y no en la persona, se transparente y específico, explica cómo te afecta el problema (personalmente a ti y a las demás personas), propón soluciones para que no sea una queja sin más… esas cosas que queremos que pongan en práctica con nosotros.
Al fin y al cabo, es normal que el jefe (a diferencia del líder) se sienta cuestionado, sea por ego, sea por pura responsabilidad, si un subordinado le señala un roto en la media delante de todos. Incluso si lo que señala no depende directamente de él, va a recibir tu aportación como una queja, o incluso, como una acusación. Si tú te sientes expuesto al levantar la mano, él también se siente expuesto al ver tu mano levantada. Y, si se siente atacado o cuestionado, y lleva mal esas cosas, sin importar si el tipo vale mucho o no, va a poner encima de la mesa sus ases, es decir, su autoridad de jefe. Y te va a callar la boca, ya sea directamente, ya sea sutilmente, ya sea desviando la pelota fuera del campo de juego.
Trabajar en equipo no es fácil, ni como miembro simple, ni como líder. En ambos casos, se trata de tener claro para qué sirve esa reunión, cuál es el objetivo que persigue y suspender el juicio respecto a las aportaciones de todos: el líder o los distintos miembros. Para ello, hay que desprenderse del ego lo máximo posible, dejar tus sesgos y tus traumitas en la puerta, para no jugar al eterno juego de los espejos en que vivimos.