Acabado el máster, espero recuperar el dominio de mi tiempo. Pero tengo cien proyectos. Y soy de atención dispersa, de nacimiento. La atención. Limitada y deficiente (de momento). Objeto de deseo de unos y otros. Y de mí misma.
Me digo: “Medita, María. Vuelve a sentarte en tu zafú y medita. Atención plena, María: aquí y ahora”. Pero, me cuesta, por mil motivos.
El aquí y el ahora compiten con lo de ayer, lo de mañana, lo de allí, lo de allá y lo de acullá. Charla, seminario, videos, artículo, ensayo, otra charla, otro artículo, los semanales sobre economía… ¿Me he pasado diciendo sí? El caso es que lo voy sacando. Pero la atención plena sigue esperándome, mientras me diluyo en todo lo demás.
No soy la única. En realidad, estamos todos así. Incluso si no hay proyectos y cosas pendientes todo el mundo tiene podcasts que escuchar, libros que leer, cervezas que compartir, fiestas a las que acudir, familia que atender…
La atención plena, la que le dedicas a la nada, aquí y ahora, no cotiza en nuestra sociedad. Y, sin embargo, y lo digo por experiencia, ¡es tan importante! Recuerdo a mi psicólogo, cuando el oftalmólogo me mandó a terapia (porque mis problemas en el ojo derecho están fuertemente asociadas al estrés), diciéndome: “María: medicación o meditación”. Elegí lo segundo. Y acerté. Me cuesta un mundo acordarme de tomar las pastillas. (Por cierto…. ¿me tomé las del mediodía? ¿me las he tomado dos veces?).
No se trata de relajarse, de mirar al mar, contemplar la naturaleza, dar un paseo o tomarse un vino. Es otra cosa: sentarse y meditar. Y hacer de ello una rutina como lavarse los dientes tres veces al día.
Echar el freno no es parar para hacer otras cosas. Frenar es parar. Voy tomando carrerilla para hacerlo, al menos unos días. Distracciones, 0; Atención Plena, 1.