“El maltrato psicológico es una forma específica de agresión o maltrato, caracterizada por actos o conductas intencionadas que producen desvalorización, sufrimiento o agresión psicológica situando a la víctima en un clima de angustia que destruye su equilibrio emocional”. Y, además, “nuestro Código Penal, en su artículo 153 no distingue entre la violencia física o psíquica, es decir, jurídicamente son igualmente reprochables”.
Hasta aquí la realidad de qué es una agresión psicológica y su consideración en nuestro sistema legal. Creo que está muy claro, y la pena es que no se aplique como debería en redes sociales.
Por ejemplo, ayer una persona me atribuyó una supuesta filiación, hipotética, porque el tipo es jurista y sabe que le puede caer una denuncia, con unos “agresores”. Hay intención de desvalorizarme y me puede crear angustia porque daña mi reputación, como mujer que “supuestamente” se pone del lado de agresores y como docente. La realidad es que mi reputación me da igual y que las intenciones de esta persona me resbalan. Pero puestos a señalar “agresores”, igual es necesario pensarlo dos veces.
Hacer un pantallazo de un chat de whatsapp, ya sea entre dos personas o en un grupo de whatsapp, se considera como grabar una conversación privada. Y aquí hay quien juega toscamente con la palabra “público”. Un grupo de whatsapp no es como una red social. No lo es. Cuando uno dice algo de terceros en un grupo de whatsapp no es para que esa tercera persona se entere. De manera que un exabrupto, insulto, barbaridad, por denostable que sea, no indica la intención (de romper las bragas o de cagarse en la descendencia de quiensea. De tomarse al pie de la letra todo lo que decimos, los argentinos y las conchas de todas las madres argentinas, por no hablar de los ortos de todos ellos, se verían seriamente afectados). ¿Es horrible? Sí, dilo en el chat, salte del chat, repudia a esa persona, avisa a las terceras personas de que esa persona es despreciable. Las personas estamos capacitadas para responder a ataques verbales, a poner en práctica nuestra asertividad y afrontarlo. Las mujeres también. Los universitarios también.
¿Qué significa la actitud de denunciar en un programa de radio nacional, en la Ser? Que eres incapaz de enfrentarte directamente con los brutos que hacen esos comentarios en un chat. Que no eres capaz de llamarles la atención, e incluso de advertirles de que vas a dar cuenta a las afectadas o a la dirección de la universidad. Porque tendría más sentido esa denuncia. Lo de la radio es revelador.
No se sabe si un integrante del chat hizo pantallazos y se los pasó a terceras personas que lo pasaron a la Ser, o lo pasaron ellos directamente. Pero, al ser un chat privado, se asumía que ese comentario abominable no iba a salir de ahí. Y se vulnera la privacidad de las personas afectadas. La privacidad es importante. La distinción entre lo que haces en público y en privado es esencial, mientras no cometas un delito. Y para que ese comentario fuera delito es necesario intención y ser dirigido a la víctima. Y no se da ninguno de esos dos requisitos. No como en el caso del post en X (antes Twitter) que se dirige a mí y tiene intención. Por eso el autor se cubre las espaldas con las suposiciones y las hipótesis.
Yo creo en la libertad para tomar posiciones y exponer lo asqueroso de una declaración o mensaje públicos, o de determinadas actuaciones. No es lo que hizo la Ser. Es lo que hacen quienes me insultan en redes. También es cierto que quien insulta dice más de él que de la persona a quien insulta. Y eso aplica a todo el arco político y a todos los acólitos y seguidores.
También creo en la libertad para repudiar, negar el saludo, y apartarte de aquellas personas que te parecen detestables. Es más, creo que se hace poco, o más bien, se hace sesgadamente. Porque, gracias a actos como los de la Ser y a señalamientos como el de la persona que me lanzó esas insinuaciones, la gente se acobarda, se arruga y tiene miedo de ser señalada. Es el primer paso para abolir la libertad de expresión e imponer el pensamiento único y la “opinión sincronizada”, que no recuerdo a quién se lo leí en X (antes Twitter).
¿Qué debe hacer la universidad? Si castiga a esos alumnos, debería exigir acceso, no solamente a los chats de profesores y alumnos, sino a sus historiales de internet para chequear lo que ven y lo que comentan, qué dicen los y las alumnas de los y las profesoras, y qué dicen los y las docentes de los y las alumnas, de sus compañeros y de las autoridades. Entonces que tome medidas. Y que rueden las cabezas. Y que cunda el ejemplo. Por ejemplo, en la Universidad de Santiago de Compostela.