De mudanza llevo desde hace un año. Mudanza interna y externa. Cambios en mi cuerpo y en mi forma de vida. No existe la zona de confort para mí. Así que, cuando miro a mi alrededor y veo tanta caja por deshacer, pienso en esa frase de San Ignacio de Loyola y me doy cuenta de que se puede revertir: si vas a hacer mudanza (en cualquier acepción), procura no estar desolada. Y, como la vida es dinámica y todo muta, por suerte, la misión es no caer en la desolación nunca.
El otro día soñé con un amigo al que, en medio del sueño, le decía que la muerte no es lo más importante. Vivir o morir no es lo relevante. Hay cosas que te sobrevienen y no cabe plantearse el porqué, si es justo o injusto, o si te trastoca lo que tú creías que era el sentido de la vida y, en realidad, no tienes claro si te merece la pena vivir o morir. Son pensamientos estériles que alimentan la frustración. Se trata de caminar mirando las amapolas y no los cardos en el borde del camino. Que suena muy moñas, pero es tan real como que mi amigo y yo, acabamos hablando de “matar al padre a pedos”, por obra y gracia de su bella dictadora. La realidad no es romántica. Pero te da todas las oportunidades para encontrar las amapolas, rojas como tomates 😉, para sonreír y no dejarse comer por la espiral de la desolación. Prepararse para estar mudándote permanentemente. La mudanza estratégica.
Mientras mis cajas, con las cosas que han dibujado mi hogar desde hace tanto, me miran como diciendo “hazme caso de una vez”, sigo quedando y activándome, siempre en la medida que el cansancio y la medicación me dejan. Ayer acabé charlando con alguien acerca de clubes de lectura, coloquios, aprendizaje. Y le confesaba que hay ciertas fórmulas de coloquio que funcionan en otros sitios, que en España son difíciles (o casi imposibles), porque hablamos a granel. Cuanto más, mejor. Hay un impulso irrefrenable a dejar nuestra huella, no en forma de preguntas, sino de largo comentario, donde prima la primera persona del singular, en el que expones, como de pasada, todo lo que te avala, tus pequeñas hazañas, tu formación, tus contactos. Y no importa el tema del coloquio. Hay un par de personas así en toda reunión. Luego queremos que nuestros alumnos desarrollen pensamiento crítico, pero no les enseñamos, con el ejemplo, a desvelar las preguntas relevantes, las que abren puertas a nuevos horizontes. Luego llegan los coaches con sus charlas explicando qué es la “escucha activa”. Señores, la escucha pasiva, no es escucha. Si escuchas, tu cerebro está en funcionamiento. Si no, desconectas y “haces como que escuchas”, pero no escuchas. ¡Tanto tiempo perdido en esas desconexiones neuronales para dejar que el de enfrente se sienta mejor!
¿Por qué asumimos que nuestra conversación es interesante para todo el mundo? No lo es. Y, sin embrago, si nos dijeran “Perdona, no es personal, pero ese tema no me interesa”, nos mosquearíamos y nos sentiríamos profundamente ofendidos, porque ¡vaya falta de respeto, no estar interesado en mi tema!
El ruido ambiental y un 90% de los programas de entretenimiento se acabarían si elimináramos el soft talk y los temas espurios de las conversaciones. Hágase el silencio. El silencio estratégico.
Curiosamente, es el segundo “artículo” que he leído esta semana hablando de esa supuesta corrección, al estar escuchando casi un soliloquio que no nos interesa. En la misma semana, mi jefe me comentó que se trabajaba muy bien con un compañero porque no tenías que entrar en conversaciones personales y él
no se lo tomaba mal. Quizás estamos empezando a estar cansados.
Un placer leerte o escucharte.